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III Domingo Tiempo Ordinario (Lc 1,1-4; 4,14-21)

Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido


Imitando el estilo de los historiadores de su tiempo, Lucas nos indica - es el único evangelio que lo hace-, el cuidado con el que ha procurado reunir las tradiciones anteriores. El no es un testigo ocular y con su obra no sólo quiere hacer historia, sino confirmar la enseñanza que su comunidad ha recibido. ¿Quién es el ilustre Teófilo al que dedica Lucas su obra? Puesto que este nombre significa «amigo de Dios» algunos han pensado que es un nombre simbólico y que la dedicatoria va dirigida al auténtico cristiano. Pero otros creen que Teófilo es el nombre de un personaje importante. Se trataría de una persona de alto rango social, quizá el protector de Lucas.


En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.


Mientras que Mateo y Marcos asocian el comienzo del ministerio público de Jesús con el encarcelamiento de Juan el Bautista. Lucas comienza su narración con un poderoso sumario. La actividad de Jesús se describe como una "enseñanza". Jesús en cuanto maestro, es acogido y ensalzado "por todos", por la totalidad de sus oyentes. El comienzo del ministerio de Jesús en Galilea es un dato común a los tres evangelistas sinópticos.


Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:


Entre los sinópticos, Lucas es el único que da un relieve particular a la costumbre de Jesús de acudir a la sinagoga. Jesús regresa a su pueblo con la aureola de predicador y sanador. El ambiente de la sinagoga es de suma expectación. Se pretende que Jesús se pronuncie públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado de los fanáticos. El responsable pone en sus manos el rollo del profeta Isaías que contenía profecías mesiánicas que todos se sabían de memoria. Jesús abre el volumen en el pasaje preciso ("dio con el pasaje") después de buscarlo, donde se habla sin rodeos del cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo a favor de Israel y contra las naciones paganas que lo oprimen.


«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»


Esta lectura debió llamar poderosamente la atención dada la libertad que se tomó Jesús para mutilar del texto una frase que era muy grata a los oídos del pueblo judío, esclavizado y humillado durante siglos por otros pueblos (asirios, babilónico, egipcios, griegos, romanos...), y deseoso que Dios se vengara de tanta afrenta. El párrafo que omite es "para proclamar el desquite de nuestro Dios".


Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»


Jesús sigue el rito acostumbrado. Se lee de pie, se comenta sentado. Jesús se ajusta al ritual. En el texto de Isaías, habla un profeta anónimo en primera persona: ¿Quién lo pronuncia? Según el yo que lo pronuncie, será el alcance real de las palabras. Muchos han leído los versos y siempre quedaba su sentido a medias. Hasta que llegue el yo que lo pronuncie auténticamente: cuando ése lo pronuncie, el texto se habrá cumplido, estará "lleno" de sentido. Esto es lo que sucede, "hoy", en presencia de un grupo privilegiado. Jesús no lee sin más un texto casual de la Escritura. Lee su texto, es él quien le da sentido. Suprime una cláusula, que (especialmente en Galilea) podía sonar en clave nacionalista: "el día del desquite de nuestro Dios". El mensaje de Jesús es enteramente liberador.

He resuelto yo también después de investigarlo todo con rigor, ponértelo por escrito por su orden…


Ya tengo el evangelio en la mano. Es un regalo valiosísimo de los primeros cristianos, y me llega a través de generaciones de hermanos que han testimoniado con sangre su difusión y puesta en práctica. Leer y meditar el evangelio cada día es escuchar a Jesús, dejando que su Palabra de vida fortalezca mi caminar, agrande mi corazón, me llene de esperanza y de alegría. El evangelio es Jesús. Y en esa lectura, sencilla y humilde, dejando que sea El solo nuestro maestro, dejaremos nuestras ideas preconcebidas. Entonces empezará a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Y comenzaremos a descubrir con Él y desde Él cuál es la manera más humana y digna de enfrentarse con los problemas de cada día, incluidos el sufrimiento y la muerte. No hace falta saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de interpretación. Lo importante es ir al fondo de esa vida desde mi propia experiencia. Sea la que sea, no importa. Y así, a pasito corto como niño pequeño, sin grandes pretensiones, pero con constancia, guardaré sus palabras dentro del corazón. Alimentaré el gusto de la vida con lo que voy descubriendo casi sin darme cuenta. Sentiremos que sus actitudes, sus prioridades, sus miradas, sus “tirones de orejas”, sus modos de hacer, su compasión y ternura, sus denuncias, sus acogidas, su indignación, van colándose poquito a poco por las rendijas del alma cambiándonos casi sin notarlo nosotros mismos. Otros sí que lo notan.

El evangelio es “el libro que me lee”. Y así voy experimentando que, viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría interior. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «sentir como sentía él» (Flp 2, 5); «revestirse de Cristo» (Ga 3, 27), reproducir en nosotros su vida.

• ¿Qué valor le doy, que estima le tengo, con qué frecuencia lo medito?

• ¿Me hago un “plan de estudio"?


Fue a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre...


Nazaret: la vida silenciosa y oculta. No por eso tan intensa y vital. Y así en silencio, con el contacto cercano a sus paisanos, el trabajo artesanal de carpintero, va descubriendo: el asombro ante la siembra y la siega, la moneda que se pierde, el chico que se va de casa, la masa que crece cuando al amanecer hacen el pan las vecinas, el amigo inoportuno que pide pan de noche, la mala hierba que estropea las cosechas, los remiendos a los pantalones viejos del trabajo, la fuerza de una semilla... nos muestran a un hombre sensible, que sabe captar la creación, lo cotidiano y disfrutar. Admira las flores del campo y los pájaros del cielo, pero intuye tras ellos el cuidado amoroso de Dios por sus criaturas. Se alegra por el sol y la lluvia, pero mucho más por la bondad de Dios para con todos sus hijos, sean buenos o malos. Todo lo que le serviría de soporte en sus parábolas para decirnos qué es el Reino, lo aprendería, lo rumiaría, lo saborearía en ese pueblo.

• ¿Saboreo las cosas pequeñas, los imprevistos, lo cotidiano, aunque sea monótono y cansino?


Me ha ungido para dé la buena noticia a los pobres... anunciar la libertad a los cautivos... la vista a los ciegos...


Lucas describe con todo detalle la actuación de Jesús según el ritual acostumbrado. Pero no se nos dice nada de la explicación ofrecida. Jesús se sienta sin decir una sola palabra; todos clavan sus ojos en él. Su persona es más importante que el texto. Por eso solo dice: hoy se cumple esta escritura que acabamos de escuchar. Comienza un nuevo tiempo. Quienes sigan de cerca la actuación de Jesús descubrirán que en él se cumple lo anunciado por Isaías para consolar a los exilados al volver del destierro de Babilonia. El Espíritu lo empuja hacia cuatro grupos de personas que sufren: los "pobres", los "cautivos", los "ciegos" y los "oprimidos". Ya tenemos la programación hecha sus seguidores. O somos de los pobres o dejamos de ser sus discípulos. Jesús de Nazaret estuvo siempre del lado de los pobres, de los oprimidos, de los marginados y de los pecadores. No era como la gente bien de su tiempo, que se negaban a tratar con este tipo de personas. En la sinagoga se presenta como portador de una Buena Noticia para los que sufren física o moralmente por cualquier causa.

• ¿Para mí también es esa noticia?

• Cuando me siento pobre, cautivo, oprimido, con falta de libertad por mis bajezas o por mis dependencias y apegos ¿lo siento cercano, le abro las puertas de mi corazón, confío en él?


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