Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
José y María siguen integrando a Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma. Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
En Simeón se alarga el AT para empalmar con el Nuevo; estira el cuello, dibuja Schökel, para ver al personaje que llega. La esperanza ha alimentado su vida, la expectación alimenta su vejez no dejándole morir. La esperanza se funda en muchas profecías, la expectación en una promesa personal del Espíritu Santo. 27-32
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: - «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual, entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel, Simeón actúa permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito o para cumplir un precepto, sino movido por una inspiración divina.
Simeón tiene los ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que traerá el Mesías será «luz» en forma de «revelación» para los paganos, liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve, y de «gloria» para el pueblo de Israel.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: - «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica, Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz.
El foco, ahora, trata de atraer la atención de María, «la madre» (se excluye José, dejando entrever que éste habría ya muerto antes de que se produjeran estos hechos), sobre el gran revuelo que levantará en Israel la aparición de Jesús, su rechazo por parte de unos, para quienes se convertirá en tropiezo, y su aceptación por parte de otros, para quienes se convertirá en cimiento o piedra angular.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Después de Simeón interviene Ana, una profetisa viuda que pasaba su vida orando en el templo. Una “santa” del Antiguo Testamento que encarna la figura de los pobres de Yahvé, los cuales esperaban en la oración y la pobreza la llegada de la salvación definitiva. Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: «virginidad», cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; «casada con su marido», período de buenas relaciones de Dios con su pueblo; «viuda», por la ruptura de la alianza.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Ya han cumplido la Ley, v.39, que ahora no se dice que es de Moisés, sino del Señor, con lo que pueden volver a casa. Dar un salto nuevo, esta vez del espacio sagrado al secular. Los planes divinos seguirán durante el ocultamiento de Jesús en el pueblo de Nazaret. El niño creció como todos los niños, siguiendo las pautas que marca la naturaleza, pues tenía que parecerse en todos a sus hermanos (Heb 2,17). Jesús no necesita crecer en el Espíritu, pero sí lo hace en sabiduría, pues el texto sirve de transición para la próxima perícopa, en la que aparece con los doctores de la Ley en Jerusalén.
1. EL ANCIANO SIMEÓN
No es un sacerdote anciano del Templo como sugieren algún apócrifo (Protoevangelio de Santiago). Es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de encontrarse con el que iba a llevar a término las aspiraciones de los pobres de Yahvé.
Para R. E Brown los dos ancianos, que han esperado la consolación de Israel y la redención de Jerusalén, son la encarnación de la piedad de los anawim.
Le sale de muy dentro coger en sus brazos con ternura al niño y bendecir a Dios porque ha colmado la aspiración de su vida. Este anciano nos da lecciones de esperanza fiel y de acogida. Así tenemos que esperar y acoger al Señor.
También es realista en las palabras nada tranquilizadoras que dirige a María. Ese niño será "bandera discutida", fuente de conflictos y enfrentamientos. Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dimensión nueva: su existencia se llenará de luz y esperanza. Otros lo rechazaran y su vida estará vacía y sin sentido.
Ante Jesús hay que tomar postura. Solo él pone al descubierto lo que hay de profundo en nuestro ser. Cuanto más nos acerquemos a Jesús mejor veremos nuestras incoherencias, nuestro compromiso frágil, nuestras insensibilidades, etc.
2. LA PROFETISA ANA
Anciana, viuda y profeta. Y quién sabe si abuela. Esta mujer, al igual que Simeón representan al pueblo fiel y pobre. Profundamente religiosos, mantienen viva, a pesar de su edad avanzada, la esperanza del Mesías y de la inminente liberación del pueblo.
Anciana. Muchos de nosotros estamos en esta fase de la vida. Y hay que aceptar con sencillez y alegría la vida tal como es, con su ritmo más pausado, con sus posibilidades nuevas y con las limitaciones propias.
La vejez puede ser la gran ocasión para recuperar la paz del corazón, la sensibilidad hacia las pequeñas cosas y pequeños acontecimientos. Ocasión también para incrementar la confianza en Dios y saborear mejor la oración y la plegaria de acción de gracias por todo lo recibido. Y así convertir esas largas horas de silencio, soledad y, tal vez, de sufrimiento, en maduración confiada para el encuentro final con Dios.
Mirar nuestra vida pasada con los ojos de ese Dios que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestros pecados más oscuros y nos acepta como somos. Dejar en sus manos nuestro futuro porque sólo Él nos ama al fin.
Viuda. En nuestros grupos de evangelio hay muchas viudas. Constato que, para todas ellas, el Señor es su fuerza, el amigo presente que no desampara, aquel que en el aprieto siempre da anchura.
Y son profetas porque el profetismo no es adivinar el futuro sino darle sentido al presente con sensatez y cordura, con firmeza y ternura.
Y nos recuerda el Papa Francisco: «Son hombres y mujeres de quienes recibimos mucho. El anciano no es un enemigo. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, incluso si no lo pensamos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros»
• ¿Qué me enseñan los dos ancianos?
3. LA VUELTA A CASA
La familia volvió a Nazaret. Y durante años, sin darnos noticias de lo que allí vivieron, Jesús crecía y se robustecía. Aprendiendo como cualquier ser humano a amar, a servir, a estar atento y sensible a todo lo que le rodea, a trabajar, a cansarse. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para todo ser humano. Lo aprendido e interiorizado en la infancia queda grabado para siempre.
Y se llenaba de sabiduría. Todas sus actitudes más profundas las fue aprendiendo en esa pequeña aldea. Por ejemplo: su cercanía y acogida a todos, con un amor que no excluye a nadie, preocupado antes que nada por el sufrimiento de la gente generado por la falta de compasión. Su gratuidad, no busca nada para sí mismo, sino que se entrega sin esperar recompensa.
Acoger a los que sufren y aliviar su dolor ha de ser siempre un regalo. No se puede acoger como Jesús cobrando. Su amistad con los pecadores allí la aprendió y esa actitud fue la que le causó más problemas y conflictos con los "religiosos" de su tiempo. Atento a la vida, aprendió a mirar con atención, con simpatía, con amor y, a veces con cierto humor e ironía la vida cotidiana. Y esa mirada es una mirada de fe, Dios está actuando, su bondad lo llena todo y su misericordia está ya irrumpiendo en la vida. Después lo desarrollará en sus parábolas, sentencias y discursos.
En esta fiesta tenemos que reflexionar en aquellos valores que estamos viviendo y enseñando a nuestros hijos. A veces la familia que estamos creando no responde a las exigencias del evangelio.
Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
• ¿Qué clase de familia tengo?
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